miércoles, septiembre 10, 2008

El Proceso II


(No muy aconsejable para gente impresionable)

Mis últimos pasos con la vista miope.
La verdad poco me concentré en eso.
La cantidad de ideas que había en mi cabeza anulaba la concentración.
Entré al quirófano y vi que, aparte de la enfermera, había otros dos médicos.
Los conocía a ambos de consultas previas.
Había una camilla extraña en el centro de la escena: color gris, anatómica, un espacio especial para la cabeza. Una tabla de picar carne muy sofísiticada. Ahí solo cortan los que tienen título.
Por el costado derecho y por sobre la camilla (en forma de L invertida) había una máquina. Color metal pulido.
"Acostate" me dijeron y así hice. No estaba de ánimo para revoluciones.
Acomodaron mi cabeza, ajustándole al hueco diseñado para el propósito.
Me daban breves indicaciones.
"Ahora vamos a ubicar la máquina".
Excimer, así se llama ese láser.
La cosa metálica se desplazó lentamente, haciendo un ruido electrónico hasta quedar por sobre mi cabeza.
En el medio había un agujero rectangular negro, de unos 8x5 cmts, con una luz verde que titilaba en el fondo. A los costados de ese rectángulo había otros rectángulos del mismo tamaño, pero llenos de LEDs blancas encendidas. Concentraban toda mi atención en el único espacio negro que quedaba.
"Quedate quieto, por favor" dijo el médico.
Sus dedos índice y pulgar se apoyaron sobre mis párpados y los abrieron.
"Esto empezó" pensé.
Me abrió grande el ojo, la luz me encandilaba y yo hacía fuerza por parpadear.
Un chorro de un liquido cirstalino cayó derecho sobre mi pupila.
No me ardía, no era nada, pero la presencia de tanto líquido en el ojo y no poder hacer nada era molesto.
"Es anestecia y desinfectante".
Después me abrió un poco más el ojo y dijo: "Voy a ponerte algo para que no puedas pestanear".
No me dio tiempo a pensar en nada.
Metió, primero de un lado, después del otro una especie de aro de acrílico o algo así. Mis párpados quedaban contenidon por los bordes redondeados. No podía cerrarlos, ni abrirlos.
El asunto empezaba a complicarse.
Impotencia.
"Ahora vamos a acercarte el láser para empezar".
La máquina se acomodó.
"Mirá fijo el punto verde, vamos a calibrar el centro de tu ojo"
Nada me dolía, apenas molestaba, pero la sensación se iba volviendo cada vez más abrumadora.
Hay en nuestra cabeza una parte animal. Un instinto de integridad física que poco entiende de medicina moderna.
Como al perro que querés desinfectarle una herida. Le duele y ataca a quien lo hace o se deja, pero le tiemblan las piernas y llora sin poder hacer nada.
"Ahora vas a sentir un tironcito en el ojo y el ojo se va a enceguecer unos 40 segundos".
Ese era el momento más temido.
Un aro negro se apoyo sobre mi ojo.
Sentí el tirón y mi vista se apagó, de afuera hacia adentro, como un televisor.
Por dentro las ideas bullían, nada dolía, pero me sentía violentado.
Yo sabía que, durante la ceguera, cortarían una lámina de mi córnea.
Si mi ojo quedase ciego, así sería.
"Avisame cuando recuperes la vista".
De a poco volvieron a verse las luces, y el punto verde titilando. Todo estaba muy borroso.
Algunos rincones quedaron negros por unos segundos más.
No sé cómo, respondí.
"Ahora vas a ver más borroso".
Algo descendió sobre mi ojo, no sé si fue la mano del médico o algún brazito de la máquina. Sea lo que sea parecía una pincita de depilar. Levantó la tapa de mi córnea.
Mi animal interno aulló.
El punto verde se volvió muy difuso.
Era consciente de que estaba mirando a través de mi ojo cercenado.
Que se termine pronto, que se termine pronto, que se termine pronto, que se termine pronto, que se termine pronto, que se termine pronto, que se termine pronto, que se termine pronto...
"El láser va a trabajar en tu ojo, tratá de mantenerlo lo más quieto posible".
No sólo no quería moverme, no hubiera podido.
Unas luces rojas aparecieron y las veía en mi ojo. Pero no se sentía nada de nada.
No había dolor, pero yo quería que terminara.
Que se termine pronto, que se termine pronto, que se termine pronto...
Y así fue. Duró muy poco.
Retiraron la máquina y me bajaron la lámina de córnea.
Me pidieron que mantenga los ojos cerrados "un ratito".
Me hicieron abrir los ojos. El ojo izquierdo no se sentía para nada mal, pero tenía todavía mucho líquido y no podía refregarme.
Me incorporé despacio, y me acompañó la enfermera hasta la sala dónde me vistieron cuando llegué.
Me retiró la camisola, las pantuflas y la cofia.
Me hablaba suavemente. Era obvio que estaba contratada no sólo por su título de enfermera sino también por su calidad humana.
Me quedé 5 minutos ahí y después me revisaron.
Todo perfecto.
Me recordaron la dieta de medicinas, los cuidados a tener y el horario del control al día siguiente.
Yo quería ver con mi ojo izquierdo, pero todavía se veía muy nublado.
Fui de la clínica a mi casa en el auto de mi viejo, acostado en el asiento de atrás. Me lloraba el ojo pero yo trataba de ver.

No fue tan terrible todo.

Esa noche no fue muy buena, me lloró mucho el ojo y me ardía.
Me fui a dormir temprano.

Al otro día fue mágico, me levanté sintiendo a mi ojo con normalidad, pero con una vista nítida, perfecta...
Todavía estoy sorprendido por eso.
La semana que viene me operan el otro ojo, y les contaré más.

Estoy contento, quería compartir esto.
Suena feo, pero pasa rápido.

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