viernes, marzo 16, 2007

Mozeando


Me acerqué caminando a la mesa del fondo, junto a la ventana.
-Acá está su café.
Me miró con asco y se despachó:
-Ese no es café...
-Disculpe señora, usted no pidió un café?
-Sì, pero no ese. Yo pedí un jarrito doble y usted me trajo uno simple.
El tono de su voz escaló palabra a palabra hasta confundirse con el chillido de una rata albina. Perforaba mis tímpanos, mi tranquilidad. No tenía por qué hablarme de esa manera.
Quería decírselo, pero, entonces, se hubieran caido todos los aviones de golpe, las fábricas dejarían de fabricar y quizás algunos encontraran la felicidad. No iba a suceder.
-Disculpe, señora, tiene usted razòn. Ya mismo se lo cambio.
Me di vuelta de golpe y caminé tranquilo hacia la caja. Pasos pesados.
Pedí un café doble y dejé al mocoso que lo prepaba entendiéndose con la máquina, fui al baño de empleados. Era lúgubre, construido con cosas baratas, azulejos blancos, la masilla sucia entre ellos, tabla de plástico.
Estaba furioso, harto de ser pisoteado.
Levanté las manos y sacudí los brazos y di un par de moderados golpes a la pared para desquitarme un poco. Apoyé mi frente en la fría pared.
Bellas bolitas de naftalina aguardaban otro baño de orín en el amarilleado fondo de la cerámica laqueada. Amarillas, rosas y blancas, me sonreían desde su pedestal hediondo.
No las dejé esperar, me bajé la bragueta y descargué las horas de bebidas que llevaba desde la mañana.
Mear es de los pocos placeres gratis que nos quedan a los hombres miserables.
No tiré el botón.
Tomé unos pedazos de papel del montón que había para secarse las manos y me dirigí hacia el mingitorio...
Escogí una de las blancas, brillaba, con una fina capa de humedad.
Metí el bollo de papel en el bolsillo y empujé la puerta para salir.
La paz, poco a poco, retornaba a mí.
Pasé detrás de la barra a buscar el pocillo y, mirando a cada lado con cara de culpable, me aseguré que nadie se fijara en lo que hacía.
Metí mi mano en el bolsillo y saqué los papeles lentamente. Deslizé la pelotita en el café, rebotó alegremente y se sumergió con un grave PLOP. Luego salió a flote, despidió un humito y se consumió asombrosamente rápido. Un leve olor penetrante me rodeó.
Ventilé con las manos y me dirigí nuevamente a la mesa del fondo.
La señora me miró con cara de desagrado, sabía hacer gala de su repugnancia natural.
-Sirvasé, señora, disculpe la demora. Quisiera acompañarlo con una torta? Tenemos una selva negra...
-Sí, sí, que sea una porción de cheese-cake. Y, por favor, la última vez me dieron una porción finita, espero que me compensen.
"Claro que te voy a compensar", pensé.
Caminé hasta el mostrador. Tuve miedo de oír un grito de golpe, de que las palomas blancas volaran por los aires y entonces todo sea descubierto. Pero nada, los cubiertos siguieron sonando entre la tarde y yo di vuelta al mostrador y fui hasta la heladera de cristal.
Seccioné cuidadosamente la torta procurando una porción verdaderamente grande.
Caminé hacia su mesa observándola con cuidado. Levantó su tasa por la manecilla, dedo meñique en alto, lo acercó lentamente mientras hojeaba una revista de moda o alguna de esas bobadas, y sorbió. Sorbió un largo trago...
Nada. Bajó su tasa y continuó sin interrupciones lo que fuera que estaba haciendo.
-Aquí tiene.
Me miró y no dijo nada.
No había mucha gente en el local así que me senté tras la barra y, disimulado en un poco de agua tónica, metí media medida de gin. El gerente pensaba que tomaba soda.
Daba pequeños sorbos y contemplaba la pureza del local.
Faltaba poco para que terminase mi turno y puediera irme a casa a cocinar tranquilo, a tomar un vino, a leer algún libro.
Anhelo tanto la tranqulidad.
Una madera golpeó en seco y levanté mi vista. La señora de la mesa del fondo se había parado y tenía las manos apoyadas en la mesa, miraba para abajo. La silla estaba caída tras ella.
Di un sorbo más a mi vaso y emepecé a moverme para cumplir con el formal "se encuentra bien?"...
Pero antes de que pudiera rodear la barra se escuchó una tos humeda y un grito ahogado. Se hizo un desgraciado silencio y la gente se volteó para mirar que sucedía...
Los brazos de la mujer temblaban, unos horribles gorjeos brotaron de su garganta y finalmente comenzó a vomitar. Una muchachas de otra mesa se taparon el rostro mientras escuchaban el irregular goteo en el suelo...
Luego todo lo esperado: gente que se retira, la mujer tomando agua, sudada, la ambulancia reglamentaria, los titanes de ceño fruncido preguntándose qué sucedió mal, la hormiga que mata a su reina, y el final de mi turno.
Finalmente mi casa, y la paz...

1 comentario:

Dante Paradiso dijo...

el "aftermath" de un dia de Furia. Claro, emotivo y socialmente aceptable.

me gusto mucho, segui actualizando que nos hace bien a todos.

sal