Estaba a mitad del clásico cigarrillo posterior y esto empezaba a andar.
Había mucha humedad y estaba frío, pero con el sweater y mis pantuflas de oso, se sentía perfecto.
La nubes tenían ese extraño color naranja que tienen algunas noches.
La luz de calle me daba sus migajas, tiñiendo el aire de color rosa.
En el colegio no nos enseñaban que esos fuesen los colores de las cosas, pero así estaban. Y así de bien yo.
Caminé en círculos, disfrutando cada paso.
La suela de goma liviana hacía un buen ruido cuando raspaba el piso.
Empecé a tocar el tema “Like a Rolling Stone” con mi pie. Raspaba de atràs para adelante y al revès. No creo que nadie más que yo pudiera oírlo. A decir verdad, el ritmo sonaba más que nada en mi cabeza. Yo sacudía los pies de cualquier forma.
Me la estaba pasando muy bien.
No me importó contener la seriedad.
Empecé a cantar.
Alguna parte de mí seguía reticente a esta explosión de efusividad, pero le estaba venciendo.
No solo cantaba la letra, sino también los instrumentos. Agudos, bajos, bases.
Hasta me permití algunas variaciones de diferentes estilos. Me salieron buenas.
El ritmo empezó a bullir dentro de mí. Pasé de estilo en estilo. Solo me dediqué a cantar instrumentos.
Me sacudía, poseído por James Brown.
Me reía de mí mismo, pero, qué más daba?, pocas veces me invadía tanta alegría espontánea.
Empecé a pensar en que lugar me gustaría estar en ese momento, para luego imaginarlo y poder dedicarme entonces al GRAND FINALE.
Estaba en una jaula de zoológico, de las grandes. Piedras con musgo, árboles medianos, un fino trabajo de paisajista…. No!
Por qué un zoológico? Qué es esa ridiculez? No, de ninguna manera.
No me sentía tan excéntrico.
Yo estaba en un bar clandestino en una estación abandonada de subtes en Nueva York. Allí solo estaban los que sabían del asunto y las luces y jazz estallaban alrededor mío.
Era algo nuevo, el mejor cantante de jazz, joven, pero promesa.
Había gente de plata, gente de carrera, marineros de otros países, una joven periodista, un par de mozos de otros clubes, un tipo y su mellizo. Estaban todos.
Yo, en el centro del escenario, me dejaba bañar por la luz y sacudía los hombros.
Vestía de esmoquin. Lentejuelas color azul marino.
Destellaban, salpicando las paredes, las mesas, los vasos y manchando los ojos de todos los observadores que habían dejado de beber, de fumar, de conversar, de respirar, solo para verme.
Presentían que algo grande vendría.
Yo ya me lo tenía pensado.
Pestañeé, tomé aire y empecé a ejecutar los pasos finamente ajustados en mi mente.
Mi espalda se tensó, mis hombros se ensancharon, permití un eléctrico vaivén en mis caderas, mis brazos se abrieron grandes expandiendo ese movimiento hasta la punta de mis dedos. Vibraban.
Hice un rápido gesto de cejas y abrí mis ojos con euforia y alegría.
Tomé aire y presentí el calor que pronto encendería mi garganta.
Algo rojo se movió rápidamente.
Algo que me interrumpió, me molestó, hasta me asustó, podría decir, un poco.
Osea, qué carajo fue eso?
Estaba sobre mi pecho.
Un puntito rojo. No era redondo sino más bien rectangular.
Se sacudía como una mosca confundida. Quise agarrarla, pero no pude.
Las luces, la música, las lentejuelas y el mellizo, todo desapareció en el pasado.
Silencioso y repentino.
(continúa)
jueves, noviembre 09, 2006
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario